martes, 23 de agosto de 2011
domingo, 9 de enero de 2011
Todos los procedimientos cínicos de la mala conciencia, tales como Nietzsche, después Lawrence y Miller los han analizado para definir al hombre europeo de la civilización, -el reino de las imágenes y la hipnosis, la torpeza que ellas propagan,- el odio contra la vida, contra todo lo que es libre, que pasa y fluye; la efusión universal del instinto de muerte, -la depresión, la culpabilidad utilizada como medio de contagio, el beso del vampiro: ¿no tienes vergüenza de ser feliz? sigue mi ejemplo, no te soltaré antes que digas también “es mi culpa”, ¡oh!, el innoble contagio de los depresivos, la neurosis como única enfermedad, que consiste en volver a los otros enfermos, -la estructura permisiva: ¡que pueda engañar, robar, degollar, matar!, pero en nombre del orden social, y que papá-mamá estén orgullosos de mí, -la doble dirección dada al resentimiento, vuelta contra sí y proyección contra el otro: el padre ha muerto, es mi culpa, ¿quién lo mató? es tu culpa, es el judío, el Árabe, el Chino, todos los recursos del racismo y de la segregación, –el abyecto deseo de ser amado, el lloriqueo de no serlo suficientemente, de no ser “comprendido”, al mismo tiempo que la reducción de la sexualidad al “sucio secretito”, toda esa psicología de cura, - no hay uno sólo de esos procedimientos que no encuentre en el Edipo su tierra nutricia y su alimento. Tampoco ni uno sólo de esos procedimientos que no sirva y no se desarrolle en el psicoanálisis: el psicoanálisis como nuevo avatar del “ideal ascético”. Otra vez; no es el psicoanálisis el que inventa Edipo: le da solamente una última territorialidad, el diván, como una última ley, el analista déspota y perceptor de dinero. Pero la madre como simulacro de territorialidad, y el padre como simulacro de ley despótica, con el yo cortado, clivado, castrado, son los productos del capitalismo en tanto monta una operación que no tiene equivalente en las otras formaciones sociales.