Más allá del Principio del Placer. Capítulo V
Si el capítulo anterior puso el acento en la protección antiestímulo y su ruptura, este arranca señalando la falta de protección antiestímulo para los estímulos internos, los que rigen las sensaciones de placer y displacer. De nada sirve escaparse de uno mismo, como cantaba Moris hace ya demasiados años, y esto no dejará de ser algo grávido de consecuencias para la economía del psiquismo. Se puede producir, desde los estímulos internos una “perturbación económica equiparable a las neurosis traumáticas”.
Acá Freud llama a las pulsiones “las fuentes más proficuas (¡Dios mío este Etcheverry, de dónde saca esas palabras horribles y poco apropiadas, López Ballesteros traduce con precisión y elegancia “ricas”) de excitación interna.
O sea que a partir de aquí, notémoslo, recién de aquí, capítulo V, se empieza a centrar el desarrollo en el tema de las pulsiones.
Y entonces Freud entra en unas especulaciones extremadamente contradictorias, al punto que creo que hay que abandonar cualquier expectativa de que llegar a un planteo coherente. Como Freud concibe la tarea del más allá del principio del placer como una tarea de dominio, tan cara al yo, obviamente la atribuye a los “estratos superiores del aparato anímico”. O sea que lo más pulsional que se pueda pensar estaría a cargo del yo. Y si además eso pulsional se plantea como la tarea de ligar/dominar, es claro que se aproxima demasiado al viejo asunto del pasaje del principio del placer al principio de realidad. Se puede leer sin forzar lo más mínimo que está planteando que para establecer el “imperio irrestricto del principio del placer”, este principio tiene que desaparecer. ¡Un lío!
Merece comentario aparte el párrafo en el que vuelve sobre la transferencia: “En el analizado, en cambio, resulta claro que su compulsión a repetir en la transferencia los episodios del período infantil de su vida se sitúa, en todos los sentidos, más allá del principio del placer”. Cabría pensar si no sería que Freud no llegaba a captar, a concebir, qué tipo de satisfacción trataba de realizarse en esas repeticiones. “El enfermo se comporta en esto de una manera completamente infantil…”. No puedo dejar de evocar aquí todos los testimonios que tenemos en la correspondencia de Freud con Ferenczi de cómo Freud lo ubicaba todo el tiempo en un lugar infantil, en relación al cual, por supuesto, a Freud le quedaba el lugar del adulto. “…y así nos enseña que las huellas mnémicas reprimidas de sus vivencias del tiempo primordial no subsisten en su interior en el estado ligado, y aún en cierta medida, son insusceptibles del proceso secundario”. ¿Pero qué, sería concebible que toda la energía del aparato anímico sea energía ligada? ¿Sería acaso deseable? Con la sinceridad que lo caracteriza Freud se da cuenta de que se produce un problema en relación al fin del análisis, al “desasimiento completo del enfermo”, pero ni por chiste se le ocurre que quizá él forme parte de ese problema. Todo lo atribuye con carácter exclusivo al “enfermo”.
Y aquí, exactamente a continuación del párrafo en el que habla de los problemas con los que se encuentra en la clínica, se produce un salto, un verdadero salto porque si lo leen claramente van a ver que no hay nada, nada que justifique desde la lógica del texto este salto, que lo lleva a esta conclusión que nada de lo que venía planteando hubiese permitido prever: “Una pulsión sería entonces un esfuerzo, inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas”.
Freud ahora encuentra en la pulsión la “naturaleza conservadora de la vivo”. Yo propongo que es su propia naturaleza conservadora la que está proyectando en la pulsión.
Encontré una puntuación muy interesante en la Jones, en su biografía de Freud: “Esta presentación de las cosas igualaba la tendencia a la repetición con la de volver a una etapa previa, cosa que está muy lejos de ser evidente. Por el contrario, tal como Lichtenstein lo ha destacado decididamente, lejos de ser iguales, son por naturaleza diametralmente opuestas. La compulsión de repetición tiene como resultado no variar nada. La misma cosa se repite una y otra vez. El restaurar un estado anterior de cosas es un movimiento y lo es de índole regresiva, que cambia el actual estado por otro, que es previo en el tiempo. Implica una aceptación de la noción de tiempo, mientras que la compulsión de repetición, tal como lo ha señalado Lichtenstein, implica –cosa interesante- más bien la negación del tiempo o el cambio y tal vez tiene precisamente ese sentido.” (Jones, III, 291)