domingo, 31 de octubre de 2010



"La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave y lo ceremonial, no rigen para los Inmortales".

Jorge Luis Borges, extraído del cuento El inmortal, del libro El Aleph.



jueves, 28 de octubre de 2010

Wilde 1981 con Bataille 1979

Cada impulso que nos esforzamos por sofocar ronda nuestra mente y nos envenena.


El cuerpo peca una vez, y se satisface con su pecado, porque la acción es un modo de purificación. Nada queda entonces sino el recuerdo del placer, o el lujo de un remordimiento. La única forma de liberarse de una tentación es rendirse a ella. Resístete, y tu alma efermará por el deseo por el cual sus monstruosas leyes la han hecho monstruosa e ilegal. El retrato de D.G. O. Wilde.
 
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Si llega a faltar la posibilidad de la trasgresión, surge entonces la profanación.  La vía de la degradación, en la que el erotismo es arrojado al vertedero, es preferible a la neutralidad que tendria una actividad sexual conforme a la razón, que ya no desgarrase nada.
 
Dos cosas son inevitables: no podemos evitar morir, y no podemos evitar tampoco "salir de los límites".  Morir y salir de los límites son por lo demás una única cosa.
 
Y siempre buscamos el modo de engañarnos, nos esforzamos en acceder a la perspectiva de la continuidad que supone el límite franqueado, sin salir de los límites de la vida discontinua.  Queremos acceder al más allá sin tomar una decisión, manteniéndonos prudentemente en el más aca.
 
En el momento de dar el paso, el deseo nos arroja fuera de nosotros; ya no podemos más, y el movimiento que nos lleva exigiría que nos quebrásemos.  Pero, puesto que el objeto de deseo nos desborda, nos liga a la vida desbordada por el deseo. ¡Qué dulce es quedarse en el deseo de exceder, sin llegar hasta el extremo, sin dar el paso¡ ¡Qué dulce es quedarse largamente ante el objeto de deseo, manteniéndonos en vida en el deseo, en lugar de morir yendo hasta el extremo, cediendo ese objeto que nos quema es imposible.  Una de dos: o bien el deseo nos consumirá, o bien su objeto dejará de quemarnos......¡Pero antes la muerte del deseo que nuestra propia muerte¡
 

lunes, 4 de octubre de 2010

Al principio eros

Sabemos que el dominio de Eros va infinitamente más lejos que ningún campo que pueda ser cubierto por el Bien. Sem.8 La transferencia


Capítulo I.  El erotismo en la experiencia interior

El erotismo es lo que en la conciencia del hombre pone en cuestión el ser.

El erotismo, es un desequilibrio en el cual el ser se cuestiona a sí mismo, conscientemente.  En cierto sentido, el ser se pierde objetivamente, pero entonces el sujeto se identifica con el objeto que se pierde.  Si hace falta, puedo decir que, en el erotismo, YO ME PIERDO. Sin duda no es está una situación privilegiada.  Pero la pérdida voluntaria implica en el erotismo es flagrante: nadie puede dudar de ella.

....Llega un momento, sin duda precario, en que, con la ayuda de la suerte, ya no debemos esperar la dicisión de otro (en forma de un dogma) antes de adquirir la experiencia que queremos.  Hasta el momento podemos comunicar libremente el resultado de esa experiencia.


...En el plano del erotismo, las modificaciones del propio cuerpo.

..Sin experiencia, no podriamos hablar de erotismo, ni de religión [ni de psicoanálisis]

La experiencia interior del erotismo de quien la realiza una sensibilidad no menos a la angustia que funda lo prohibido, que al deseo que lleva a infringir la prohibición.  Esta es la sensibilidad religiosa, que vincula siempre estrechamente el deseo con el pavor, el placer intenso con la angustia...

"la experiencia interior del hombre se da en el instante en que rompiendo la crisálida, toma conciencia de desgarrarse él mismo, y no la resistencia que se le opondría de afuera. La superación de la conciencia objetiva, limitada por las paredes de la crisálida, está vinculada a esa transformación".