jueves, 28 de octubre de 2010

Wilde 1981 con Bataille 1979

Cada impulso que nos esforzamos por sofocar ronda nuestra mente y nos envenena.


El cuerpo peca una vez, y se satisface con su pecado, porque la acción es un modo de purificación. Nada queda entonces sino el recuerdo del placer, o el lujo de un remordimiento. La única forma de liberarse de una tentación es rendirse a ella. Resístete, y tu alma efermará por el deseo por el cual sus monstruosas leyes la han hecho monstruosa e ilegal. El retrato de D.G. O. Wilde.
 
---------
 
Si llega a faltar la posibilidad de la trasgresión, surge entonces la profanación.  La vía de la degradación, en la que el erotismo es arrojado al vertedero, es preferible a la neutralidad que tendria una actividad sexual conforme a la razón, que ya no desgarrase nada.
 
Dos cosas son inevitables: no podemos evitar morir, y no podemos evitar tampoco "salir de los límites".  Morir y salir de los límites son por lo demás una única cosa.
 
Y siempre buscamos el modo de engañarnos, nos esforzamos en acceder a la perspectiva de la continuidad que supone el límite franqueado, sin salir de los límites de la vida discontinua.  Queremos acceder al más allá sin tomar una decisión, manteniéndonos prudentemente en el más aca.
 
En el momento de dar el paso, el deseo nos arroja fuera de nosotros; ya no podemos más, y el movimiento que nos lleva exigiría que nos quebrásemos.  Pero, puesto que el objeto de deseo nos desborda, nos liga a la vida desbordada por el deseo. ¡Qué dulce es quedarse en el deseo de exceder, sin llegar hasta el extremo, sin dar el paso¡ ¡Qué dulce es quedarse largamente ante el objeto de deseo, manteniéndonos en vida en el deseo, en lugar de morir yendo hasta el extremo, cediendo ese objeto que nos quema es imposible.  Una de dos: o bien el deseo nos consumirá, o bien su objeto dejará de quemarnos......¡Pero antes la muerte del deseo que nuestra propia muerte¡
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario