domingo, 13 de junio de 2010

El juego del fort-da

El famosísimo juego del fort-da. Famosísimo porque hay toneladas de papel escritas acerca de estos párrafos del libro. ¿Quién le hubiese dicho al nietito de Freud que tirar sus juguetes lo haría tan famoso? Se trata efecto de Ernst (o Ernstl, Ernestito), el nieto de Freud, hijo de Sophie, según opinión general de la familia Freud la más bella de sus hijas, que moriría en la epidemia de gripe española en 1920, a los 27 años. Freud convivió unas semanas con Ernstl y sus padres en Hamburgo en 1915. Se nota que la impresión le quedó trabajando a Freud a lo largo de los cuatro años que transcurrieron hasta el comienzo de la redacción del libro.

Dato curioso: este nieto de Freud, que a la muerte de su madre quedó a cargo de su tía Anna (quien había sentido tremendos celos por su hermana Sophie) fue el único descendiente varón de Freud que se dedicó al psicoanálisis. Se especializó en la clínica de su tía y madre adoptiva en… relaciones precoces entre los bebés y las madres.

Me parece un dato interesante que aquello por lo que este niño “tan juicioso” se haría famoso es considerado en el libro como su único “hábito molesto”. Interesante porque mínimamente nos dice que en esto no respondía a la demanda del Otro. Podríamos leer que esta pulsión que está buscando Freud, este goce diríamos después de Lacan, no responde a la demanda del Otro.

En cuanto a la interpretación que hace Freud del juego como un modo de repetir lúdicamente la separación y encuentro con su madre (con el Otro) lo único que podría agregar es que esa interpretación no quita que además haya un placer en la pura actividad motora, independientemente de cualquier sentido. Pero decir esto no quita lo bien fundado de la interpretación de Freud, sobre todo si estamos atentos a las interjecciones de Ernstl. Es cuando Freud dice que “sin ninguna duda” el mayor placer corresponde al reencuentro que tomo distancia de su interpretación.

Vemos que Freud considera la aceptación de la partida de la madre como una renuncia pulsional, no puede concebir que pueda haber un impulso a arrojar de sí a la madre, o, lo que es más o menos lo mismo, a arrojarse de la madre (tal como se puede ver en el juego de Ernstl con el espejo, que figura en nota al pie de página). Creo que este límite marca no sólo todo este texto, sino toda la obra de Freud: siempre parece que la separación con el Otro sería a lo sumo aceptada, nunca deseada. Él lo dice con todas las letras (Amorrortu, XVIII, 15): “Es imposible que la partida de la madre le resultara agradable, o aún indiferente”. Y es notable que todas las interpretaciones que intenta a continuación, dominio, control, apoderamiento, actuar lo vivido pasivamente, venganza, van en la línea de reforzar el narcisismo.

Me pregunto, le pregunto sobre todos a las que trabajan con niños, si están de acuerdo con Freud en que el “deseo dominante” de los niños es “ser grandes y poder obrar como los mayores”. Me parece que hay ahí bastante para pensar, ser grandes ¿en qué sentido? ¿Ser independientes, tener más poder?

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