lunes, 14 de junio de 2010

Amontonados pasivos


Ya llegarán las fotos de Vanesa. Mientras tanto, el primer envío de una serie de textos que no vienen al caso.

AMONTONADOS PASIVOS

Caminás por la playa mientras empieza a anochecer. A tu izquierda, el sol, con el volumen de una yema de huevo, tiende a esconderse debajo del mar. Es el día del año que anuncia la llegada de verano, cuando se ve cara a cara con la luna que aparece del exacto lado opuesto. Se trata de un asunto histérico entre ellos dos. Algo quiere decir la luna cuando se enciende con definición milimétrica. Se distinguen sus montañas internas, eso que dicen que son los mares, unos azules raros. ¿Qué pueden haber pensado los primeros en habitar este mundo cuando vieron en el cielo un aparato luminoso que aparecía cada día y ese fantasma tímido que sólo mostraba la cara cuando todo estaba oscuro? Se lo ve cada día en otro lugar del cielo, mostrando sólo partes de su cuerpo y con una intensidad de variables inciertas. Pero con el tiempo es darse cuenta de que en algún momento se desnuda, como si se sacara el sobretodo y exhibiera su show por un par de horas.

Somos simples espectadores de un fenómeno que nos excede. Caminamos en línea recta pero las cosas suceden arriba nuestro. No nos queda otra que pasarla lo mejor posible en donde nos mandaron. Nos conviene creer que somos la única posibilidad de vida. La variante física de la existencia, la necesidad de comprobarlo. En el medio crecemos y progresamos como si se tratase de una misión, sin saber bien a quién debemos reportársela, con la soberbia de creer que no tenemos límites, y quizá tengamos razón. La presunción de que las cosas no existían hasta que nosotros –o alguno de nosotros, ya que la mayoría somos amontonados pasivos que consumimos las genialidades de otros- las descubrimos. Como si no se tratase todo de una infinita combinación de los elementos que ya estaban disponibles.

Acaso la mayor virtud humana sea la rapidez con la que decodificó la información fundamental. Para que gente más despierta o que haya aprendido a través del estudio, las pistas pueden haber sido demasiado evidentes. Pero de sólo pensarme a mí en épocas en la que no existía el concepto de confort, no habría sobrevivido más de 20 años. Mi mente ha sido diseñada para la mullidez de las facilidades. En ese sentido, el salto cualitativo de la humanidad para adormecerse y seguir subsistiendo fue haber desarrollado un sistema para potenciar el acceso a la comodidad. Las mentes estarán más inquietas y confundidas que nunca, pero sus estándares funcionan con la placidez de una hamaca paraguaya.

La angustia que genera el exceso de información es la imposibilidad de purga. No hay posibilidad física de desplegar todo lo que sabemos y la mayoría de lo que tenemos son conocimientos inútiles. Se trata entonces de intentar encontrar la luz de esa tangente que conecte nuestros pensamientos con lo que ocurre en la realidad y en el tiempo en el que vivimos. Vivimos en base a protocolos temporales y espaciales contra los que combatimos inconscientemente mientras dura nuestra vida, como si nuestra programación nos obligase a una existencia incómoda. Algo nos hace sentir ajenos, que esto no es nuestro, somos material descartable. Tal vez la angustia tenga que ver con eso. En el medio, están la música y el whisky una noche de verano en la playa.


1 comentario:

  1. ¡Qué buen hallazgo lo de "amontonados pasivos"! Y creo que a la larga le sacaremos provecho al texto, me lo imagino haciendo juego con Tótem y Tabú y con el concepto de lo real en Lacan.

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